Alimentar a los pueblos y no a los negocios: una mirada colectiva

El sonido ambiente al otro lado del teléfono hace que me olvide por un rato del Coronavirus y el aislamiento para situarme mentalmente en las afueras de Saladillo, provincia de Buenos Aires. Desde ahí, Andrea y Gabriel (con vacas, pájaros y el viento a través de los árboles sonando de fondo) se pasan la palabra para empezar hablando de La Bonita, la chacra de 14 hectáreas a la que llegaron hace 25 años, y donde hoy siguen viviendo y produciendo: “tenemos un tambo de vacas donde se ordeña, y con esa leche hacemos quesos. Esa es nuestra principal actividad, aunque hay otras, menores en cuanto a la superficie que ocupan. Tenemos una huerta con algunas plantas aromáticas y con verduras que consumimos y vendemos. También tenemos frutales con los que hacemos dulces. Pero hoy la principal actividad de venta es la de los quesos”.

Se presentan como ingenierxs agrónomxs, productorxs y docentes de una escuela agropecuaria, y no escatiman palabras ni ejemplos para definir qué significa para ellos la agroecología: “llegamos acá buscando una forma de vida distinta; un lugar donde vivir y donde producir, porque no concebimos la idea de vivir fuera de donde estamos produciendo, y eso tiene que ver mucho con la concepción de agroecología. 

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